Niños, niñas y jóvenes que resisten con la comunicación al silencio de la guerra : la experiencia del colectivo de comunicaciones Montes de María Línea 21 como estrategia
* Producto derivado del proyecto de tesis doctoral “Construcción social de la infancia de la educación infantil en Colombia a través de la fotografía, 2006-2016” línea de investigación comunicación-educación en la cultura, énfasis en educación y lenguaje, Doctorado Interinstitucional en Educación, Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Proyecto dirigido por el doctor Juan Carlos Amador Baquiro.
POR NATALIA MONTAÑO PEÑA**
** Estudiante del Doctorado Interinstitucional en Educación, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Universidad Pedagógica Nacional y Universidad del Valle Cohorte, 2016-3; Magíster en Investigación Social Interdisciplinaria, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2014; Licenciada en Educación Básica con énfasis en Humanidades y Lengua Castellana, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2010. ORCID ID: 0000-0002-3643-7584. Correo electrónico: natamont_03@hotmail.com
Recibido: 1 de agosto de 2019.
Aceptado: 27 de agosto de 2019.
En el presente artículo se analiza la experiencia del Colectivo de Comunicaciones Línea 21, Montes de María, construido por las infancias y las juventudes que padecen la guerra, pero que no se rinden ante ella. Este grupo pretende la transformación de su entorno mediante la investigación y la producción audiovisual, para lo cual forma nuevas generaciones en comunicación alternativa. Esta indagación tiene el fin de documentar las condiciones del contexto, los objetivos, las líneas de trabajo y las acciones del Colectivo, para luego analizar, desde la subjetividad política en tanto construcción social, los alcances de este proyecto. Así, se presenta una reflexión teórica a partir de sus prácticas.
Palabras Clave:
comunicación, educación audiovisual, jóvenes, niños y niñas, subjetividad política.
Montaño Peña, N. (2019). Niños, niñas y jóvenes que resisten con la comunicación al silencio de la guerra: la experiencia del Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 como estrategia de formación política. Nautilus Scientiae, (1), 44-55.
The goal of this document is to analyze the experience of the 21st Collective Communication Line in Montes de María, built by young people who have suffered because of the war and didn’t give up, but instead and are trying to transform their environment through audiovisual research and communication, also giving support to this field in educating new generations. For that reason, this article will promote the document conditions, objectives, work lines actions and collective actions, analyzing the political subjectivity as a social construction that is focus on the scope of this project, such as theorical reflection elaborated from their practices.
Keywords:
children, youth, communication, audiovisual education, political subjectivity.
Introducción
1 Se señala la imposibilidad de la participación a voluntad en cualquier escenario político y social debido a la marcada presencia de la coerción frente a la libre movilidad de los ciudadanos y al reclutamiento forzado en diferentes grupos armados al margen de la ley.
Montes de María: un escenario para repensar la política
Los Montes de María son una subregión del Caribe colombiano que da testimonio de las diferentes formas de la vida en contingencia. Conserva las memorias de algunas de las atrocidades que ha dejado en el paisaje y en la sociedad el conflicto interno armado. Allí han convivido comunidades afrodescendientes, indígenas y mestizas, y ha sido escenario de expulsión masiva de miembros de la sociedad civil y la carnicería de grupos armados legales y al margen de la ley.
Durante la primera mitad de la década de los noventa la región estuvo ocupada y controlada por grupos guerrilleros como las FARC y el ELN. Después de 1995, el territorio padeció el tránsito al dominio paramilitar con las operaciones de los bloques Héroes de los Montes de María, Canal del Dique, El Bloque Norte, entre otros. Estos bloques estuvieron a la cabeza de la toma de decisiones en aspectos como la movilidad de los miembros de la sociedad civil a través del territorio, la circulación de alimentos y el acceso a bienes y servicios. Ejercieron acciones de terror como la destrucción de bienes individuales y de la comunidad, expulsiones masivas y sistemáticas de habitantes de la zona e innumerables violaciones a los derechos humanos durante su ocupación, entre las que se incluyeron masacres (Machado, 2011).
Entre 1999 y 2001, los Montes de María fueron un escenario de concentración de masacres perpetradas por paramilitares. En este periodo tuvieron lugar alrededor de 42 masacres que dejaron un estimado de 354 víctimas de la sociedad civil. El caso más aterrador en la región fue la masacre de El Salado, por cierto, una de las más bárbaras y sangrientas de la historia de Colombia (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2016). Esta masacre ocurrió entre el 18 y el 19 de febrero de 20002, en medio de un ataque por vía terrestre y aérea, en el que participaron 450 paramilitares, que emplearon la estrategia de encerramiento de los habitantes tras la irrupción por las diferentes vías de evacuación del corregimiento. Entraron en cada casa para sacar a sus moradores; separaron a hombres de mujeres bajo una lluvia de balas; mataron con métodos como ahorcamiento, fusilamiento, golpes o torturas; humillaron y abusaron de niñas y mujeres de todas las edades (Orjuela, 2012). En esa oportunidad todos los habitantes fueron víctimas.
En esta región, la vida comunitaria e individual ha estado marcada e incluso se ha desarrollado en medio del control de la guerrilla, los paramilitares y las dinámicas y lógicas que imponen los enfrentamientos entre dichos grupos con la fuerza pública. En definitiva, ha sido un territorio ocupado por la guerra y la violencia, en donde han quedado en medio del enfrentamiento sus habitantes. Entre armas y uniformes de tan diferentes dueños, la región ha sido sometida a un gobierno del terror, de sangre y dolor, dirigido por los hombres de la guerra. Tras los episodios anteriormente narrados, la mayoría de los sobrevivientes abandonaron la tierra, no por voluntad sino por instinto de supervivencia, y se aventuraron —por no decir se expusieron— a emigrar en busca de paz y calma, lejos de las balas y el combate —como si fuera posible dejarlos atrás—.
Los Montes de María se convirtieron en otro de los territorios fantasma de Colombia, de esos de los que casi nadie quiere saber porque producen miedo. Pronto, y gracias en buena medida a los medios masivos de comunicación, la región se etiquetó como peligrosa, y sus habitantes, vivos o muertos, fueron estigmatizados como “guerrillos” o “paracos”, dependiendo de a quién se le preguntara (Rodríguez, 2008; Orjuela, 2012). A simple vista pareciera que los Montes de María son un terreno estéril para la política, el ejercicio pleno de la ciudadanía y la formación de la subjetividad política. Sin embargo, hay otros testimonios que cuentan sobre las experiencias emprendidas en la región y la agencia de sus habitantes para afrontar los temores y resistir al régimen del terror y sus secuelas.
2 La masacre de El Salado fue una de las masacres que tuvo lugar en la región entre el 16 y el 21 de febrero de 2000.
Aquí se comprende que la resistencia a la guerra trata de una serie de estrategias que buscan nuevos modos de vida no violentos, que se instalan en la potencia afirmativa de la vida. Así, la resistencia y el acto mismo de resistir implican el despliegue de una fuerza a una agencia, no en oposición a la guerra, porque esto puede derivar en otros tipos de violencias, sino que se trata de una potencia del deseo (Useche, 2008, 2009). En esta vía se encuentra el trabajo de la comunidad de los Montes de María y el Colectivo de Comunicaciones Línea 21
El Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 fue creado en 1994, fecha que coincide con el momento en que se va cerrando el capítulo de la ocupación de los grupos guerrilleros en la zona y se va consolidando el del control paramilitar. Nace tras las conversaciones en torno a política y cultura que solían sostener un grupo de jóvenes en la plaza central de El Carmen de Bolívar, quienes manifestaron entre sí el deseo de crear una emisora para dinamizar la ciudad mediante la comunicación. Así, lo que inició como un taller de periodismo comunitario para niños y jóvenes tuvo como consecuencia la formación de un colectivo cuyo objetivo ha sido, desde entonces, promover la apertura de espacios de comunicación alternativos que, en los procesos de reconocimiento y reencuentro, posibiliten la construcción de ciudadanía, participación e identidad (Rodríguez, 2008; Colectivo Línea 21, 2016; Castellar, Reyes & Castro, 2013).
En este colectivo han asumido el liderazgo un grupo de comunicadores sociales, maestros, líderes comunitarios y gestores culturales de la región, principalmente del Carmen de Bolívar. Ellos, en su mayoría, han sido formados, desde niños, en el lenguaje periodístico, la radio y la producción audiovisual dentro del mismo colectivo, y una vez cierran su proceso de aprendizaje asumen el rol de formadores de las nuevas generaciones de periodistas y talleristas de la comunicación.
Este colectivo no se ha trazado como meta contrarrestar la guerra, ya que esto significaría que su deber ser estaría en función de la guerra misma. Allí la comunicación es el pretexto para reparar el daño causado por la violencia con efectos sobre el tejido social. El Colectivo también toma postura ante la transformación de los imaginarios colectivos y la re-invención de la comunidad mediante la autorre-invención de sus habitantes, víctimas directas o no del conflicto. Su vehículo es la producción de medios de comunicación alternativos que nombren y pongan en escena a la gente de la región con gente de la región.
Al respecto, hay nexos entre el quehacer del colectivo y la postura de Lechner (2002) en relación con el reconocimiento de la dimensión subjetiva política, para quien esta es una construcción humana. Desde esta perspectiva, la sociedad se faculta para asumirse como constructora de su futuro, como la que decide sobre los fines de su acción, sin desechar en esa construcción los procesos ya ocurridos que se constituyen en adelantos a ese futuro en el pasado. En el quehacer del colectivo en torno a la re-invención de la comunidad y la re-invención del espacio público (como se ilustrará más adelante cuando se expongan las líneas de acción del colectivo) se hace política, se instituyen otros modos de ser, estar y vivir en la comunidad, diferentes a los instituidos por la violencia, la guerra y el terror.
Luego, en tanto obra humana, la política no es estática y definitiva; se transforma, y una de sus transformaciones se relaciona con los esquemas de interpretación de lo social que dotan de sentido y coherencia a cada elemento en juego para una construcción simbólica de lo real (Lechner, 2002). En el caso de la región de los Montes de María, incluidos sus habitantes, ha existido durante años la idea de que la comunidad ha sido violenta, y en diferentes discursos no se precisó que los habitantes no eran los “guerrillos” o los “paracos”, sino niños, niñas, hombres, mujeres y ancianos de la sociedad civil que quedaron en medio de un fuego cruzado y de una guerra que no les pertenecía (Centro Nacional de Memoria Histórica et al., 2016). Así, el territorio y sus habitantes han cargado con un estigma de “violentos”, y justo una de sus metas es romper con esta etiqueta y mostrar a través de los medios alternativos los hilos de los que está hecho su tejido social y cultural. Han recurrido a lo simbólico y al rescate de su cultura para transmitir su realidad a través de la radio, la televisión y la producción cinematográfica.
❝
COMO EXPERIENCIA DE RESISTENCIA, EL COLECTIVO DE COMUNICACIONES MONTES DE MARÍA LÍNEA 21 CONTRIBUYE A LA CONSTRUCCIÓN DE OTROS MODOS DE ENTENDER, ASUMIR Y EJERCER EL PODER Y LA POLÍTICA
❞
Otro punto de encuentro con Lechner (2002) está en la necesidad que encuentra el autor de la verbalización, por parte de los miembros de la sociedad, de sus miedos, porque así se puede visibilizar la otra cara de las motivaciones, desde la subjetividad, para la construcción del orden social. Los miedos operan incluso como filtros para las preferencias y conductas a partir de las cuales se pueda construir un futuro que acoja a los agobiados. Pero también sirven como evidencia de que un orden social (el instituido) no es absoluto, no está seguro ni es intocable, y por tanto necesita actualizarse.
Cuando niños, niñas y jóvenes montemarianos encuentran en los medios alternativos de comunicación —que los integran y se interesan por sus voces, sus narrativas, sus historias— un espacio para relatar sus miedos y conocer los de sus vecinos y pares, se enteran de que sus temores no son únicos, que no son solo suyos, y así es posible usarlos para proyectar un futuro distinto. Además, juntos se dan cuenta de que una vez verbalizados los miedos, hechos comunes a los demás miembros de la comunidad, ya no hay por qué temer. En el contexto del colectivo: “la comunicación es ciudadana si es experiencia y es para aprender a mirar-se, para que el sujeto y el territorio se vuelva a re-pensar desde el para qué somos, el quiénes somos y quiénes queremos ser” (Rodríguez, 2008, p. 4).
Como experiencia de resistencia, el Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 contribuye a la construcción de otros modos de entender, asumir y ejercer el poder y la política. No persigue el poder hegemónico. Por el contrario, se instala en escenarios de micropolítica para orientar vivencias éticas y estéticas en escenarios de encuentros diversos a favor de la confluencia de subjetividades diversas que aludan a la creatividad para la configuración de nuevas formas de participación y construcción de lo público. Como otras formas de resistencia en Colombia, ha demostrado que es posible derrotar el miedo como dispositivo de dominación y constituirlo en fuente de poder (Useche, 2008).
De las estrategias de trabajo y la subjetividad política
El Colectivo ha definido dos líneas de trabajo: 1) el desarrollo de una pedagogía para la convivencia pacífica, y 2) el fortalecimiento una cultura ciudadana (Rodríguez, 2008). Ambas líneas son transversales en tres estrategias que se han consolidado con la comunidad montemariana durante los años de existencia del Colectivo: a) el Cineclub Rosa Púrpura del Cairo, b) la Escuela de Narradoras y Narradores de los Montes de María y c) el Museo Itinerante de la Memoria.
Estas tres estrategias pueden ser leídas como apuestas de formación de la subjetividad política, entendiendo la subjetividad política como “producción de sentido y condición de posibilidad de un modo de ser, estar y actuar en sociedad; de asumir posición en esta y de hacer visible el poder para actuar” (Martínez & Cubides, 2012, p. 76). Tales estrategias propenden a la consolidación de acciones con orientaciones éticas y estéticas para el empoderamiento de los participantes en la toma de postura ante lo instituido (lo político) y la búsqueda de rutas hacia lo instituyente (la política), sin diferenciaciones de género o edad. Esto permite dar sentido a los hechos y comprender que estos pudieron ser de otro modo.
También se comprende que la subjetividad política exige el reconocimiento de que solo se es sujeto (político) cuando existe un horizonte moral de las acciones y las decisiones, y una responsabilidad (política) de las acciones, y que
[…] esto que podríamos llamar subjetividad política no se encuentra por fuera de la historia. Se trata, principalmente, de una construcción psicológica y social que posee un significado diferencial según la época y el tipo de sociedad en la que se vive, la intención política que posiciona al sujeto, sus conflictos y los niveles de aceptación o resistencia que generan sus proyectos sociales en cada contexto (Ruiz & Prada, 2012, p. 47).
Ruiz y Prada (2012) proponen cinco elementos constitutivos de la subjetividad política:
e) proyección.
La identidad es abordada por los autores desde varias perspectivas. Para efectos de este trabajo se tomarán las referencias a la identidad en el sentido ricoeuriano —como aquello que permanece en el tiempo— y como identidad colectiva en el sentido que le da Pérez Vejo (citado por Ruiz y Prada, 2012). En la primera perspectiva la identidad es “el conjunto de signos distintivos que permiten identificar de nuevo a un individuo humano como siendo el mismo” (Ricoeur, 1996: 1131) o como el “conjunto de disposiciones duraderas en las que reconocemos a una persona” (1996: 115) y, por último, como “el qué del quién· (1996: 117)” (Ricoeur, citado por Ruiz y Prada, 2012, p. 37). En la segunda perpectiva, la identidad se asume como un proyecto mancomunado en el que tienen relevancia las ilusiones, los sueños, las esperanzas y los miedos.
En cuanto a la narración, se retomarán las perspectivas, referenciadas por de Ricoeur (1996) y Lara (2009), en tanto posibilidad de contar historias que orientan, en el tiempo, a la vida, de manera que nos permiten “comprendernos y hacernos sujetos históricos, a la vez que nos abre a la idea de proyecto, de ir más allá de las circunstancias del presente y de los aconteceres de la vida cotidiana” (Ruiz y Prada, 2012, p. 50), y como medio por el cual se alcanza el sentido de lo ocurrido, aunque sea de manera metafórica (Lara, citado por Ruiz & Prada, 2012, p. 55).
Por su parte, la memoria es abordada en estrecha relación con la narración. Los autores precisan que la memoria no significa el acceso directo y pleno a los acontecimientos del pasado porque en el recordar hay una selección de los hechos, una organización del tiempo y una actualización de las experiencias vividas. De este modo, compartir las memorias, “hacerlas públicas, involucra la capacidad de narrarlas y la narración no solo exige recorte, delimitación, abstracción, sino también imaginación, recreación, distorsión, en suma: significación personal de lo vivido y de lo recordado” (Ruiz y Prada, 2012, p. 64).
El posicionamiento se refiere a “la capacidad de asumir un lugar desde donde se pueda contemplar la novedad y desde donde se intenta comprender la diferencia. Por ello es, al tiempo, autoafirmación y apertura”. Así, también consiste en un
[…] movimiento existencial que convoca al otro que involucra al otro, que resiste el juicio simplificador del otro y le exige reconocimiento que nunca renuncia a la persuasión de la palabra, de la mirada, del gesto. Por ello posicionarse en el mundo es un acontecer profundamente político, implica un ámbito relacional: nos posicionamos ante otros, con otros, por otros, a propósito de los otros (Ruiz & Prada, 2012, p. 75).
Por último, la proyección se relaciona con el posicionamiento del sujeto para tomar la historia como un espacio de posibilidades y el futuro no como algo imprevisible, sino como la oportunidad de realización de sueños alcanzables. La proyección resulta ser una invitación a la construcción social desde la subjetividad. Al respecto, los autores señalan que:
[…] pensar-vivir la subjetividad hoy implica hacer posible plantear sueños realizables que partan del reconocimiento de lo propio en tensión con lo extraño; que recuperen las memorias para rastrear aquello que es susceptible de constituir un horizonte de expectativas; que saquen del olvido aquello que otros o nosotros mismos depositamos bajo el supuesto de que no era importante, creyendo que solo era plausible recordar “lo correcto” (¿quién, qué instancias han determinado los márgenes de tal “corrección”?); que enfrenten con la memoria y el olvido lo que se convierte en trauma, en impulso de repetición; y, sobre todo que asuman como propia la historia como espacio de posibilidades (Ruiz & Prada, 2012, p. 80).
A continuación, se buscará ilustrar cada uno de estos elementos en el marco de tres estrategias de trabajo del colectivo de comunicaciones objeto de este texto.
El cineclub surgió como respuesta al deterioro del tejido social de la comunidad en un momento en que los bombardeos, los asesinatos, los desplazamientos y la irrupción de los grupos armados al margen de la ley formaban parte del paisaje cotidiano, y las masacres eran parte del escenario de la zona. Los habitantes tenían miedo, y en aquellos espacios en donde al caer la noche solían reunirse jóvenes y adultos para disfrutar de la brisa tras días calurosos y charlar antes de ir a dormir, ya después de las 6:00 p. m. no había posibilidad de encontrar a nadie en las calles (Bayuelo, 2012).
La idea del cineclub era simular en una pared de la plaza principal del Carmen de Bolívar una pantalla gigante, como en el cine, con la ayuda de un proyector. Con ello se tenía la esperanza de que la gente regresara en las noches a la plaza y así repoblar el espacio público que había sido abandonado por el miedo colectivo a ser aprehendidos por una bala, una toma o una bomba.
Se suponía que íbamos a comenzar la noche del primer sábado de octubre, pero esa mañana hubo cinco explosiones en diferentes lugares del pueblo. No sabíamos qué hacer. ¿Debíamos seguir adelante con la idea de pasar una película esa noche? ¿Vendría alguien? Nos reunimos en una especie de comité editorial de última hora para decidir qué hacer. La decisión final fue seguir con el plan. Todos teníamos mucho miedo. Estábamos convencidos de que nadie iba a venir; nos veíamos sentados, los cinco en la plaza, viendo la película. A pesar de todo, decidimos continuar porque queríamos recuperar ese espacio público; no queríamos seguir escondiéndonos, rendidos ante el miedo y el sentimiento de impotencia. La película de esa noche era Estación central. Pero luego la gente empezó a salir. ¡Habíamos tomado la decisión correcta! (Wilgen Peñalosa, citado por Rodríguez, 2008).
Lo que en esa noche resultó como un acto de valor inédito terminó siendo una práctica recurrente porque, independientemente de los acontecimientos del día, el cineclub no se posponía. De esta forma, ayudaba a reafirmar no solo a los organizadores, sino también a los participantes, a la audiencia, que a pesar de la guerra y de las ocupaciones de grupos armados en el territorio, el espacio era público y su ocupación era un acto de resistencia con el que se reafirmaba la vida.
Esa noche fue decisiva para muchos de nosotros, incluso para mí. Nunca me hubiera imaginado que en medio del terror de la guerra se pueden encontrar alternativas para tendernos la mano, de suerte que no terminemos solos y abandonados en medio de la guerra. Esa noche supe que tenemos las competencias necesarias para construir la paz, que no somos totalmente impotentes frente a la guerra, que podemos transformar los espacios públicos de lugares de miedo y aislamiento a escenarios donde compartir experiencias de vida (Wilgen Peñalosa, citado por Rodríguez, 2008).
El nacimiento del cineclub en las condiciones ambientales en las cuales se ha tenido que desarrollar y la apuesta política que implica permiten ilustrar dos elementos constitutivos de la subjetividad política: el posicionamiento, porque la comunidad no solo se reafirma en el espacio sino también en el tiempo, y la proyección, pues permite a organizadores y participantes comprender que el futuro puede ser planeado. Las acciones realizadas contribuyen a esa construcción de futuro, a la búsqueda del orden social deseado.
A través de los sonidos de las armas, las bombas, los gritos de dolor y los llantos en medios de súplicas, la guerra deriva en silencio y olvido, o en el enmudecimiento al que se refiere Walter Benjamin (1973). A modo de resistencia, el Colectivo, a través de la escuela audiovisual, impulsa la creación y el mantenimiento de la Escuela de Narradoras y Narradores que opera en diferentes municipios de la región de los Montes de María. Esta escuela tiene el propósito de narrar audiovisualmente la realidad para impactar los imaginarios colectivos que existen sobre la región, sus pobladores y aquellos imaginarios que se han creado afuera de la región por los espectadores de los medios masivos de comunicación, debido a una información parcializada de la región.
Las narrativas audiovisuales de esta escuela son producidas por niños, niñas, jóvenes y adultos que se han formado en las entrañas del colectivo en materia periodística y en el lenguaje audiovisual. Mediante esto buscan, con sus mismas voces y esfuerzos, afirmar la identidad y el sentido de pertenencia a la región, y a la vez mostrar que los Montes de María son más que guerra y violencia. Los narradores y personajes que hacen presencia en las narrativas audiovisuales son los mismos miembros de la comunidad.
Pero el trabajo en esta estrategia no se agota en la producción, sino también en la puesta en circulación de las narrativas. Para ello se organizó el Festival Audiovisual Montes de María, que se celebra anualmente y llega a su sexta versión. En el marco del festival se proyectan las mejores producciones de la Escuela, y comparten telón con producciones internacionales.
“Lo que se le va quitando a la guerra”, a través de esta estrategia formativa, es justamente el olvido y el silencio, y se reivindica el derecho a la palabra, a la memoria y al posicionamiento en la identidad. De esta manera se encuentran aquí los cinco elementos constitutivos de la subjetividad política.
En el Museo se concentran las diferentes estrategias de resistencia y formación que ha emprendido el Colectivo de Comunicaciones con la comunidad. Este museo ha sido diseñado, físicamente, para representar al Mochuelo, el ave más representativa de la región. Así, el Museo “vuela”, simulando las trayectorias del ave, en principio por las corrientes aéreas del país, y proyecta traspasar fronteras.
En sus inicios, el Museo fue propuesto y puesto en marcha como un proyecto de la Escuela de Narradoras y Narradores de la Memoria, y se consideró para responder a tres ejes de la gran narración montemariana: a) el territorio como espacio habitado en cuerpo y espíritu por las gentes de la región y que merece ser resignificado tras la experiencia del estigma social que lo enuncia como escenario de violencia, nada más; b) la memoria, porque se propone plasmar con palabras, imágenes, documentos, testimonios, objetos y muestras culturales los recuerdos de lo sucedido, y c) la identidad cultural para demostrar que a pesar de la guerra ha habido aprendizajes que han permitido a la región adaptarse sin perder las raíces. De esta forma, es evidente que en el Museo la cultura es el mensaje y el vehículo de la exposición, porque en las expresiones musicales, orales, la danza y la literatura están las voces de la población (Castellar, Reyes & Castro, 2013).
Este espacio busca constituirse en una institución al servicio de la sociedad para la identificación, conservación y comunicación de los testimonios, saberes y bienes culturales asociados a las experiencias de la comunidad del Caribe que forman parte de la memoria colectiva. Dentro de este concepto, el Museo se proyecta como una forma de resistencia al olvido, como un mecanismo de no repetición de las atrocidades de la guerra, y a su vez como un dispositivo pedagógico de reconstitución social comunitaria.
❝
LOS NIÑOS, LAS NIÑAS Y LOS JÓVENES QUE HAN VIVIDO EL CONFLICTO EN LOS MONTES DE MARÍA SON PORTADORES DE MEMORIA Y TESTIMONIO VIVO DE LA CONSTRUCCIÓN, Y SON MÓVIL DE LA CONSOLIDACIÓN DE LA PAZ A TRAVÉS DE LA PALABRA Y LA IMAGEN.
❞
Por lo anterior, es posible señalar que en esta estrategia se encuentran los cinco elementos constitutivos de la subjetividad política a flor de piel.
Los medios de comunicación, masivos o alternativos, ocupan un lugar fundamental en la formación de subjetividades políticas, e incluso en la configuración de culturas políticas, en plural, en momentos específicos de la historia, si se asume la cultura política como
[…] el conjunto de prácticas y representaciones en torno al orden social establecido, a las relaciones de poder, a las modalidades de participación de los sujetos y grupos sociales, a las jerarquías que se establecen entre ellos y a las confrontaciones que tienen lugar en los diferentes momentos históricos (Herrera, Pinilla & Díaz, 2005).
En esta perspectiva, la experiencia del Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21 podría considerarse una estrategia alternativa de formación ciudadana que moviliza el cultivo de sujetos empoderados mediante la palabra y la memoria; una pieza pequeña pero esencial en el proyecto, utópico y realizable, de la consolidación de otras culturas políticas que reivindiquen la vida.
En particular, esta experiencia de comunicación alternativa, que forma a niños, niñas y jóvenes para que sean productores y consumidores de los medios de comunicación, es importante en la medida en que expone la falacia de seguir adjetivando a la infancia y a la juventud con características como vulnerabilidad, fragilidad, blandura, etc. Por mucho tiempo, esto se ha hecho para justificar su presencia y muerte en los campos de guerra, a manera del niño
sacer (Bustelo, 2007) totalmente naturalizado. En contraste, advierte la necesidad de empezar a comprender la infancia y la juventud como categorías emancipadoras y como la oportunidad de un nuevo comienzo.
Con esta experiencia también se demuestra que “víctimas” o “victimarios” son categorías insuficientes para catalogar a niños, niñas y jóvenes que transitan por los contextos de violencia y guerra. Ellos pueden ser autores de productos de cultura que generen la reflexión sobre los alcances del conflicto, analistas de la situación política y social del momento, comunicadores de las catástrofes y de las prácticas de resistencia, pero también portadores de las voces de un nuevo comienzo. Los niños, las niñas y los jóvenes que han vivido el conflicto en los Montes de María son portadores de memoria y testimonio vivo de la construcción, y son móvil de la consolidación de la paz a través de la palabra y la imagen.
Narrativas como la del Colectivo de Comunicación Montes de María Línea 21 develan que, independientemente de la edad, el género, la condición social y la afectación directa o indirecta por el conflicto interno armado colombiano, es posible cultivar, en colectivo, la construcción social de la dimensión subjetiva política desde la narrativa de los hechos compartidos, la recuperación y la lucha por la memoria, el posicionamiento como sujetos políticos e históricos en un territorio y la proyección de las acciones. Desde abajo, en la práctica, pero no individualmente, la historia se escribe y se impregna en objetos, prácticas y saberes como los relatos, las imágenes, los medios de comunicación, los monumentos y los lugares.
Referencias
- Bayuelo, S. (2012). En entrevista para UNAD-Comunicación Alternativa. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=-0gAgZckVxM
- Benjamin, W. (1973). El narrador. Revista de Occidente, (129), 301-333.
- Bustelo, E. (2007). El recreo de la infancia. Argumentos para otro comienzo. Buenos Aires: Siglo XXI.
- Castellar, S. B., Reyes, I. I. S., & Castro, G. (2013). Museo itinerante de la memoria y la identidad de los Montes de María: tejiendo memorias y relatos para la reparación simbólica, la vida y la convivencia. Ciudadm Paz-Ando, 6(1), 159-174.
- Centro Nacional de Memoria Histórica, Programa de Promoción de la Convivencia, Departamento para la Prosperidad Social, OIM-Misión Colombia, Usaid, Embajada Suiza en Colombia, et al. (2016). La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra. Bogotá: OIM-Misión Colombia.
- Colectivo Línea 21 (2016). Principios y objeto social. Colectivo de comunicación Línea 21. Montes de María. Recuperado de http://colectivolinea21.galeon.com/objeto_social.htm
- Herrera, M., Pinilla, A., & Díaz, C. (2005). Perspectivas analíticas en torno a las relaciones entre cultura política y educación. La construcción de la cultura política en Colombia: proyectos hegemónicos y resistencias culturales (pp. 15-65). Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional.
- Lechner, N. (2002). Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política. Santiago: Lom.
- Machado, A. (2011). Desplazamiento forzado, tierras y territorios. Agendas pendientes: la estabilización socioeconómica y la reparación. Recuperado de https://www.acnur.org/fileadmin/Documentos/RefugiadosAmeri cas/Colombia/Desplazamiento-forzado-tierras-y-territorios-ACNUR-PNUD-2011.pdf
- Martínez, M. y Cubides, J. (2012). Sujeto y política: vínculos y modos de subjetivación. Revista Colombiana de Educación, (63), 67-88.
- Orjuela, B. (2012). El Salado: rostro de una masacre (documental). Recuperado de https://youtu.be/OrSbzIt0-Us
- Rodríguez, C. (2008). Lo que le vamos quitando a la guerra: medios ciudadanos en contextos de conflicto armado en Colombia. Núm. 5. Bogotá: Centro de Competencia en Comunicación para América Latina Friedrich Ebert Stiftung.
- Ruiz, A. y Prada, M. (2012). La formación de la subjetividad política. Propuestas y recursos para el aula. Buenos Aires: Paidós.
- Useche, O. (2008). La resistencia social como despliegue de la potencia creativa de la vida. En: López, M, Martínez, C, Useche, O. (Comp.), Ciudadanos en Son de Paz. Propuestas de acción noviolenta para Colombia (pp. 259-299). Bogotá: Uniminuto.
- Useche, O. (2009). Indagando sobre el poder de las subjetividades juveniles. Jóvenes produciendo sociedad (pp. 27-40). Bogotá: Uniminuto, Alcaldía Mayor de Bogotá, OXFM Gran Bretaña.